Pachijal
Según una reciente noticia de prensa, las autoridades municipales y de la
provincia de Pichincha, periodistas, biólogos, organizaciones de conservación y
dirigentes comunitarios recorrieron las microcuencas de los ríos Pachijal,
Mashpi, Guaycuyacu y Saguangal, en el nor-occidente del Distrito Metropolitano
de Quito, que serán declaradas por el Concejo Metropolitano como áreas
naturales protegidas.
La noticia hace referencia a las declaraciones de mi buen amigo Juan Manuel
Carrión, reconocido ornitólogo y connotado artista, quien mantiene que la
conservación de estos ecosistemas permitirá que la vida siga sustentándose en
esta zona, parte del Chocó andino, que cuenta con bosques tropicales y
subtropicales que mantienen todavía condiciones casi intactas; pues casi
no han sido intervenidos ni explotados.
Su biodiversidad es enorme, allí habitan miles de especies vegetales
y animales: osos de anteojos, pumas, ardillas, tucanes, armadillos y
muchos tipos de insectos, particularmente una gran variedad de mariposas.
Según la información, los pobladores plantearon sus necesidades más importantes: el mejoramiento de la vía principal de acceso, la implementación de sistemas de comunicación celular, obras de agua potable, energía eléctrica, ejecución de escuelas y un sinnúmero de equipamientos comunitarios de los que ahora carecen.
Las autoridades han anunciado que el próximo paso será la formulación de un
plan integral de manejo ambiental, la creación de unidades de protección de los
bosques y los ríos, la implementación de actividades sustentables de
reforestación y actividades turísticas que ayuden a los cerca de tres mil
habitantes de la zona.
Esta noticia me ha llenado de alegría pues hace muchos años tuve la oportunidad de recorrer la zona y conocer la realidad que la noticia refiere, tanto en relación al entorno natural cuanto a las necesidades, carencias y requerimientos de la gente.
En 1996 yo colaboraba, escribiendo crónicas de viajes, con una publicación
llamada AQUADOR, un informativo cultural y turístico de cobertura nacional, que
dirigía Liliana de Dávila.
En el ejemplar de
noviembre de ese año escribí, luego de una visita a Pachijal, un corto artículo
que titulé “Pachijal, andanzas por el Nor-occidente de Pichincha”, lo
reproduzco ahora pues considero que resulta interesante que quince años más
tarde se puedan ir haciendo realidad los retos de preservar esos ecosistemas y
promover el turismo para apoyar la economía de sus habitantes, relegados y
excluidos por tantos años.
“PACHIJAL: Andanzas por el Nor-occidente de Pichincha”
“Alberto Garzón es el prototipo de esas personas -en franco proceso de
extinción- apasionadas por la vida del campo. Conoce con exactitud el
nombre de cuanto árbol asoma en el camino; sabe de sus propiedades curativas,
el tamaño que alcanzará al llegar a la edad adulta, la calidad y color de su
madera y, por supuesto sus posibles usos y malusos; sabe de las propiedades y
peligros de las plantas, habla con los animales y los pájaros y éstos, por
supuesto, le responden con afecto.
Alberto vive intensamente el mundo rural. Para ir al pueblo cruza en
balsa el río Pachijal auto-impulsándose por medio de un cabo atado a una y otra
orilla.
Sus jornadas diarias se inician muy temprano y son casi siempre colmadas de
actividades y sorpresas; camina por bosques y potreros, cruza riachuelos y
quebradas; varias veces al día sube y baja, baja y sube la arrugada geografía
del Nor-occidente en las exuberantes proximidades del río; debe verificar que
los toretes no se hayan desbarrancado, que la vaca
recién parida no haya perdido a su cría en el monte, que el toro barroso (del
mismo color que el de la canción pero más grande) no haya saltado la cerca y
que las terneras no se hayan metido al potrero nuevo porque la hierba
tierna las puede atorzonar.
Enlaza, ata y desata con asombrosa facilidad a todos estos bóvidos blancos
de orejas grandes y mirada bondadosa, les inyecta un producto contra los
parásitos y de paso observa si no tienen síntomas de aftosa en los cascos o en
la lengua o si no han asomado -de nuevo- gusanos o garrapatas en su lustrosa
piel.
Al atardecer alimenta a los peces con guayaba madura en un remanso
cristalino del río; observa a las nutrias lavarse los bigotes luego de una
apetitosa cena de cangrejos y se da un chapuzón para sacar la sana fatiga del
día. Fresco y contento al caer la noche se dirige a la hamaca, abraza su
guitarra y canta viejos pasillos y boleros bajo la luz tenue y titilante de
luciérnagas y cucuyos.
Alberto ha estado vinculado al campo toda su vida. Sólo ha sido infeliz
cuando ha tenido que vivir en la ciudad (cuando ejerció su profesión de técnico
dental en Bogotá o cuando puso un negocio de fotocopiadoras en Quito); incluso
se siente mal cuando pasa más de tres días entre edificios y cemento,
defendiéndose de la agresividad del ruido y la contaminación.
Re-vive cuando regresa al campo, cuando comparte los minutos y las horas
con los animales y la mos plantas; cuando vuelve a sentir el olor cálido de la tierrajada, el fresco desplazamiento de la brisa entre los árboles y el
ruido tenue y el resplandor del río frente a su casa.
Pachijal es un pueblito -uno de tantos- perdido entre montañas y
esperanzas. Sus habitantes esperan que se cumplan las ofertas -tantas veces
reiteradas como incumplidas- de mejorar los caminos y los puentes, de poner a
funcionar las escuelas y los subcentros médicos..... Mientras tanto,
esperan.
Vale la pena visitar esta zona cercana y a la vez distante, muestrario de
toda la gama de verdes, santuario de flores inimaginables y de todas las aves
del mundo.
Es una experiencia inigualable.”
Mashpi
es un pequeño caserío, de 70 familias, que está asentado en el corazón de la
nueva reserva natural protegida del Distrito Metropolitano de Quito, conocida
como Mashpi, Guaycuyacu y Saguangal. Desde la parroquia Pacto, a 120 km al
noroccidente de Quito, se adentra a las 17 156 hectáreas de bosques tropicales,
que son el hábitat de más de 400 especies de plantas y animales. Entre ellas,
la tres clases
de monos: araña, capuccino y aullador.
Un camino estrecho y de tierra conduce a la comunidad, el trayecto toma una hora y media en carro. Se pasa por cascadas y riachuelos que atraviesan la vía. No hay puentes. Cuando no llueve, los carros transitan sin problema. El paisaje es verdoso, al horizonte se divisan frondosos árboles y se escucha el trinar de las aves. Mashpi es el último remanente de bosques pluviales de la zona del Chocó, una de las áreas más biodiversas a escala mundial. Ampliar Galería 1 de 9 MASHPI, NUEVO RINCÓN PROTEGIDO DE QUITO Mashpi, nuevo rincón protegido de Quito Pacto se encuentra a una hora y media de la reserva ecológica Mashpi, conformada por bosque primario. Los moradores suelen movilizarse a través de caballos. Palmito.Vivienda de la población. Flor de la reserva. Girasol silvestre. Río Pacto. Orquídeas. José Napa, presidente de la comunidad de Pacto. 1 DE 9 Esta fue una de las razones por las cuales el Concejo Metropolitano, a través de Ordenanza, la declaró el pasado 26 de mayo como área protegida. La existencia de vestigios arqueológicos del pueblo de los Yumbos y la conservación de las microcuencas de los ríos Mashpi, Guaycuyacu, Chalpi y Sahuangal sustentaron la decisión. La iniciativa nació en las comunidades nativas. En Mashpi, las casas son de madera y techos de zinc. Los habitantes viven del cultivo de yuca, maíz y plátano. También de la ganadería. Todos usan botas de caucho y llevan machete en mano. El clima es cálido y húmedo. La zona está a 560 metros sobre el nivel del mar. En la tarde, por lo general, llueve. Los nativos utilizan las plantas de camacho, grandes que reverdecen por todas partes, para protegerse del agua. Las orquídeas rojas, blancas y amarillas florecen entre los inmensos árboles. Allí revolotean mariposas y vuelan inquietos colibríes, ave insignia de la zona. Los ríos aún son cristalinos y caudalosos, propicios para practicar el rafting. En los recodos se han formado pequeñas piscinas naturales, donde las personas pueden nadar. También hay una amplia planicie flanqueada de naturaleza exuberante, apta para acampar en familia. No hay hoteles, pero Juan Carlos Tello ofrece su casa para los visitantes. La aspiración de los comuneros es concretar proyectos de turismo ecológico. La propuesta es crear un sendero desde Mashpi hasta Pashijal, una caminata de ocho horas por el bosque. Quienes sean parte de esta aventura se encontrarán con la guatusa, el sahino, pavas de monte y ardillas. Elio Aguirre ya vive 15 años en Mashpi y sabe que a cada paso, en el bosque, se encuentra a una infinidad animales silvestres, insectos y plantas exóticas. Desde las orillas se puede observar cómo los peces se deslizan por las aguas del río Mashpi. Los comuneros cazan la guaña y la sabatela para el autoconsumo. Por los caminos de tierra, los vecinos se movilizan a lomo de burro. Es el medio de transporte más común en la zona. Se aspira aire fresco y el trinar de las aves se asemeja a una sinfonía, hasta la tarde. En algunos lugares, la niebla impide apreciar el paisaje en su magnitud, en otros, el azul del cielo parece unirse con los árboles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario